Se acercó y me dijo: “Te daré algo que te sirva de verdad”.
Tomó una cajetilla de cerillos y prendió uno.
La diminuta llama revoloteaba en sus ojos.
De un momento a otro, sofocó la pequeña luz con sus dedos. Me dio la caja de cerillos, dio media vuelta y se marchó.
Yo lo miraba sin parpadear, desapareciendo entre las callejuelas.
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