lunes, 2 de abril de 2012

Dicen que recordar es vivir





Habían pasado años desde la ultima vez que caminaba por estas callejuelas empedradas, lisas y asoleadas.

Había pasado tanto, que no reconocía a veces el camino y daba pasos dudosos.

Al final me hallé con un fragmento de mi pasado.

La fachada de aquella casa de mi infancia permanecía fuerte, imponente con sus grandes ladrillos rojos y quemados. El portón estaba más deteriorado. Entré con presencia del soldado que regresa de batalla derrotado, excusándome con la mirada por cada paso que resonaba en un eco profundo.

Había llegado a la casa en busca de algo que aún no sabía que era. Nunca había sido una persona muy nostálgica, pero el olor a pintura, la tranquilidad que se colaba por las ventanas sucias en forma de luz, las paredes que habían dejado marcas y contaban anécdotas, hicieron que me sintiera un poco triste.

Me había vuelto una persona indiferente, y muy analítica, mis pocos amigos se habían preocupado por mí, por la falta de conversación y memoria, y me había sugerido volver a mi antiguo hogar, kilómetros y años atrás. Yo había decidido no ser grosera y conservar su amistad, así que no comenté que los recuerdos de esas épocas me eran insignificantes (o eso había creído) y por ello no me esforzaba en mantenerlos, y me marché a mi antiguo hogar.

Ahí estuve, caminando en círculos por la habitación principal, con sus alfombras, cortinas pesadas y algunos muebles desvencijados.

Dijeron “recordar es vivir” y no tuve tiempo de analizar la frase, pero la puse en práctica en el momento en el que me dirigía a la habitación contigua. Al abrir la puerta vi tan claramente todo como antes; las paredes rosa pálido iluminadas por la gran ventana con vista a la colina, hacia el Sur, la música que emitía un violín suave, y creaba una atmósfera de tranquilidad y sencillez. Una Yo, de niña, aprendiendo del arte, como una metáfora de la vida. Unos ojos serenos y severos se posaron en los ojos inocentes de mi Yo y pronunciaron: “Debes sentir cada acorde, cada pincelada, como tus sentimientos, siéntete plena, antes de tocar, pintar, dibujar para otros, hazlo para ti. No fijes tu atención en lo externo, por que el arte empieza en el interior, es tu espíritu, es tu corazón, tu pensamiento el que lo crea”. Salí lentamente, disfrutando de una clase mas, tratando de no deshacer ningún detalle.

Cerré la puerta y me dirigí hacia el jardín trasero. La manija de la puerta se había atascado y batallé un tiempo en abrirla, después de un duro empujón, la puerta se abrió lo suficiente como para dejarme salir.

Era un desastre. Toda clase de hierbas creciendo por doquier, enredaderas subiendo por los muros, arboles que no recordaba y unos más, tan grandes como nunca imaginé.

Comencé mi ritual de dar círculos, y al poco rato pude recordar. “la lección de hoy; tener paciencia y crear”. Los mismos ojos lúcidos, sabios, hablándome. “somos creados y podemos crear”, “Paciencia implica sencillez y humildad, contemplación y tener presente la capacidad de sorprenderse a cada instante, de ver lo magnifico de cada hoja que cae, de la rosa que crece y florea, del árbol que endurece su corteza, de ver a fondo a cada ser vivo, de saber reconocer la importancia de la lluvia, el viento, y el fuego”.

Se había hecho tarde, tiempo atrás habría corrido después de mi lección hacia la cocina, a buscar el postre. Habría sido un deleite y después habría tomado fuerzas y nueva vitalidad para dar un paseo por el sendero de la colina sur, donde el viento soplaba rápido, y me divertía imaginar que todos los seres vivos de la colina se asustaban al oírlo.

Poco tiempo después, salí de allí, renovada, como alguna vez con el postre. Cerré la puerta y aventé las llaves por arriba de la fachada. No podría abrirla de nuevo. Pero eso no importaba. Al recordar había vuelto a vivir un parte de mi que se encontraba a punto de desaparecer. Recordando lecciones pasadas había obtenido una enseñanza; somos en gran medida recuerdos, en ellos esta la sabiduría y fuerza que somos.