domingo, 23 de diciembre de 2012

Y ésta es la última, me voy.



Esta es de las noches más largas. La guardaré en mi mente como un recuerdo de aquellas rebuscadas ideas, en las cuales me perdía taciturna.

Ser alegre y vibrante era lo mismo que aceptar regar mi jardín imaginario con las mejores aguas.

No. Éstas noches, más que desgracias, me traen nuevas ideas de como amarte, por eso es que hay que despreciarlas, verlas con cierto desdén.

Ya no sé, me he estado aguantando un “¡a la chingada!” desde hace tres días. Tres días que no me fueron tan míseros, pero mi decepción se basa en que esperaba verte renacer.

Tenía un reloj de maquinaria antigua, muy pequeño y con una bonita forma de coleóptero. Le di cuerda y lo puse a cantar (por que también canta, ¡es una maravilla!), mientras medía mi tiempo, Esperé pacientemente en las horas frías, pero a pesar de mis intentos por permanecer con los ojos y oídos bien atentos a tu llamado, el único sonido que oí, fue la fría melodía de metal de mi escarabajo.

¿Y tú que hacías? ¿Y porqué a pleno invierno? Yo me imaginaba tu transformación. La quería sentir con mi propia piel, verla con mis propios ojos, olerla con esta mi nariz, estar dejando infiltrar esa preciosa transformación por cada poro, profundo hasta mi espíritu. Pero tú…

Por eso digo que ya no sé…

Pude haber hecho millones de cosas mejores que esperar estúpidamente por ti; de repente 4 años se resumen en 3 días. Hay tanto que observar. ¡Tanto que hacer! Pude haber visitado a mis padres, haber sacado una lista de todas las cosas buenas que pasamos. Pensar acerca de lo que pudimos llegar a ser si por lo menos tu…

Bueno a pesar de tantas cosas, ahora sarcásticamente divertidas que pude haber hecho, no puedo dejarte sólo a ti en un lado de la balanza sin poner nada del otro. El contrapeso lo tengo yo y es mi amor, mi profundo amor por ti, la culpa (por que nadie me obligó a esperarte) y la posibilidad de que en el transcurso del cuarto día sea cuando hagas una nueva aparición.

Te diré algo, aquí parece invierno. No necesita verse todo níveo y muerto. Lo que has hecho de ti, no lo puedo ni ver, eres maravilloso, como siempre. Te hiciste gélidamente inalcanzable.